martes, 3 de agosto de 2010

The Bird

"La música es tu propia experiencia, tus propios pensamientos, tu sabiduría. Si no la vives no va a salir de tu cuerno. Te dicen que hay una línea limitadora para la música. Pero, man, no hay fronteras para el arte."





Una cosa es segura respecto a Parker: carecía del más elemental sentido común. Suele ocurrir con los genios. La falta de juicio le impulsó a llevar una existencia autodestructiva, es cierto. Pero, al mismo tiempo, esa independencia, esa irrefrenable impulsividad, convirtieron a Parker en uno de los más grandes músicos de la Historia. Y no me refiero sólo al jazz. De haber tenido juicio, de ser conformista, se habría limitado a preguntar a su profesor de Kansas, Alonzo Lewis, cómo tocar jazz. Éste, sin duda, le habría contestado que el jazz ha de tocarse tal y como lo hacían los “padres” del género: en pocas tonalidades, sólo las más fáciles para los instrumentos de viento. Pero esa pregunta nunca existió. Alguien había dicho a Parker que existen 12 tonos, uno por cada una de las teclas blancas y negras de un piano. Así pues, ¿por qué no utilizarlos todos para tocar jazz? Parker se empeñó en aprender los diversos tonos y escalas; los grabó en su memoria, incluso las escalas menos frecuentes en el jazz.

Pero no solo de tonos, escalas e intervalos se nutría el genio. En su fonógrafo portátil repetía una y otra vez los discos de su admirado Lester Young. Aprendió sus solos nota a nota, conoció la forma en que Lester sostenía las notas para dotarlas de mayor swing, también asumió su “falsa digitación”, mediante la cual era posible hacer surgir la misma nota desde distintas posiciones de los dedos, lo que permitía tocar una misma nota con diferentes efectos de cualidad y textura. Charlie Parker vivía para su instrumento, el saxo alto.

Evidentemente, sus ansias por innovar no podían hacerse efectivas en el seno de las big bands de los años 30, empeñadas, salvo excepcones honrosas (hey Duke!), en reiterar melodías y cambios de acordes prefabricados y aptos para el baile. Pese a ese corsé que suponía tocar en una big band, su cabeza era un semillero de nuevas ideas. Él mismo lo explica mejor que nadie: “una noche estaba tocando en un establecimiento de chiles picantes situado en la Segunda Avenida. Era en diciembre de 1939. Estaba aburriéndome con las variaciones estereotipadas que llevábamos haciendo todo el tiempo, y me puse a pensar que había que llegar más allá. Esa noche, mientras tocábamos Cherokee, descubrí que estaba utilizando intervalos más agudos como linea melódica y que lograba enlazarlos mediante variaciones de acordes adecuadas. A partir de ese momento conseguí tocar lo que llevaba cierto tiempo escuchando en mi cabeza. Me sentí vivo”.

Todavía se mantuvo algunos años más como músico a sueldo de big band, pero la revolución era ya imparable. Pronto trabó amistad con otros jóvenes transgresores que trataban de encontrar su estilo propio fuera de su trabajo en las bandas. Dizzy Gillespie, Kenny Clarke, Monk, Bud Powell y el propio Parker crearon el nuevo jazz en las madrugadas del Minton’s Playhouse, un garito de poca monta situado en pleno Harlem que todos ellos gustaban frecuentar para organizar las famosas jams en las que primaba todo el ideario musical de Parker: improvisación, velocidad, polirritmia y agresividad. Así, casi sin proponérselo, un puñado de monstruos alumbraron la música más maravillosa que se pueda imaginar: el be-bop.

El gran Louis Armstrong perdió una buena oportunidad de mantener su enorme boca cerrada cuando, ante el ascenso imparable de esta nueva generación, afirmó: “…hablo de todos esos jóvenes excéntricos de la calle 52. Ellos quieren ganar dinero prioritariamente y les importa un bledo la música. Uno escucha esas armonías extrañas que nada significan y pronto se cansa porque no puede recordar la melodía y no se puede bailar sobre el ritmo. Nosotros (refiriéndose al jazz tradicional de los 20 y 30′s) estaremos aún ahí cuando hayan caído en el olvido. Serán barrenderos de las calles mientras que nosotros comeremos bogavante en el Negresco”.

Charlie Parker. Heroinómano, alcohólico, bulímico. Genial, innovador, virtuoso. Tal vez el hecho de escuchar hoy a Parker no produzca las mismas sensaciones que hace 50 años. Tal vez, quienes se acerquen a él por vez primera piensen que no hay nada novedoso en su música, que es lo de siempre. Que eso sea así no se debe a cosa distinta que la tremenda influencia que Parker ejerció en todos los jazzmen posteriores. Desde Rollins a Adderley, pasando por Coltrane, todos ellos se han inspirado en Bird y han asumido su lenguaje.

Nunca apareció en la portada de un gran periódico, nunca apareció en producciones de Holywood, nunca, ni una sola vez, grabó para un sello discográfico de renombre. Ahora, 60 años después, es fácil hacer las reverencias. Es fácil inaugurar bustos en su recuerdo....a Charlie como se te hecha de menos.