viernes, 1 de octubre de 2010

Coltrane


El nacimiento de cada uno de nuestros inviables sirve demasiadas veces para que los demás nos indiquen lo equivocados que estamos porque nuestra tierra de sueños no es la suya. Así se suele juzgar, confusamente creo, la experiencia y la voluntad que la sustenta. Antes de imaginar ser lo que queremos poder ser, somos nosotros mismos los desconocidos.

O somos nosotros mismos, y nada más.

Pero nuestra voluntad es innegable, y además suele estar limpia. Todo ésto nace del famoso secreto a voces del que todos están enterados excepto el protagonista principal de la trama. Al final sí somos únicos, pero no los mejores en lo que mejor se nos da, o como mucho un día sí y otro no. Y ésto es básico para comprender la fuerza de los débiles.

¿Hasta cuando se puede mantener una mentira, por pequeña que sea? ¿quién quiere ser Coltrane, o Miles Davis? cada cual tiene una historia verdadera que contar. Y es la mejor de las historias, porque nos acerca.

Una maquinaria completa y cerrada, como la de la música, no puede acallar el desastre vital de Davis. Coltrane, ese Harpo con pijama de saxofones, andaba siempre buscando un escondite. Porque no sólo eran casi dos metros de altura, había mucho más vértigo en contención.

Nuestros defectos, nuestros tropiezos, son lo más valioso. Para los que se quedan, para los que acaban de llegar, y para los que estamos dando vueltas. No hay ninguna razón para que no los aceptemos, y que eso acabe formando parte de nuestras pequeñas felicidades excusables. Por si algún día, sin despertar, viéramos que no son tantas.

A quien lo intenta, superando esos límites no deseados del desastre, se le puede negar todo menos la posibilidad. E incluso haciendo un esfuerzo podemos ponernos de pie un segundo, y desearle lo mejor.

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