sábado, 25 de septiembre de 2010

ilustre dominio



Durante un plazo estipulado no se oirá al mercader. Treinta minutos sin que su voz nos haga recordar ninguno de nuestros rostros. La percepción de sus arquitecturas sonoras crea un enlace a las habituales campanas de la Catedral Vieja. Algunos creeremos nadar indiferentes entre los lugares de tránsito, otros pensarán que atraviesan los parasitarios pasillos de cristal de la Nueva Catedral.

El mercader toma con una mano la interfaz y crea una esfera de voz digitalizada. Los enormes espacios sólo están trazados con un efecto de eco y un reloj, quizá añadidos desde dentro de una pequeña habitación, o desde el mismo diálogo entre sus puertas, ventanas y paredes.

Todos saben que juegan con balances de números que no significan nada. Sus intervenciones han sido reunidas y archivadas bajo el nombre de Ciudad por el Consejo Estatal. Cada uno de sus movimientos se predice mediante tres variables que forman los posteriores niveles de su personalidad. Sin sus gestos, el mundo quizá estuviera igual de sujeto.

Junto a los que observan hay cables estirados, electrónica de juguete para vaciar económicamente la piel virtual y ampliar los mercados hacia el horizonte parpadeante de lo digital. Intervenciones a pequeña y gran escala proyectadas sobre una pantalla turbia les alegran y les aterrorizan.

Éste año están de moda los ascensores silenciosos, la tos de una muñeca y las fotografías de sombras que se unen.

Las lunas de regalo en gran formato alteran las mareas desde hace 25 años. Los edificios utilizan la luz para establecer un diálogo generado por ordenador con los inquilinos. La gente habla con los edificios sobre extraños fenómenos paranormales que se están dando en las casas deshabitadas de los muelles del extrarradio.

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