![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhbzMD2G-HYlonN1DaBISfxL4XNnnN78GeydLIqFtOXfeO_CZpixv1nfcj4fNKqt1k54DC9Mc4fotQhYjwwEwPDk9ir-RIudsyk4zQX2eavu-7o4Mj3ljKYN-q60E3-BYvDIte7mqCNeQ0S/s320/caballo+negro.jpg)
Hace muchos años, en una pobre aldea china, vivía un labrador con su hijo. Su único bien material, aparte de la tierra y de la pequeña casa de paja, era un caballo que había heredado de su padre. | |
Yo tengo un alma, yo tengo un corazón, yo tengo el sentimiento de que mi música es vida. La vida que vivimos en el pasado, la vida que estamos viviendo hoy y la vida que creo que viviré mañana....musica en toda mi sangre; musica en mi casa; musica en mi alma; musica...en todos mis huesos.....eso es lo que me hace verdaderamente feliz. oigo musica en todas partes...dentro de mi cabeza, cada segundo a cada instante...y mi mayor deseo es dejar de envidiarle ese swing maravilloso a Ray y a Louis..
Hace muchos años, en una pobre aldea china, vivía un labrador con su hijo. Su único bien material, aparte de la tierra y de la pequeña casa de paja, era un caballo que había heredado de su padre. | |
La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor.
Estoy andando, distraída, por un centro comercial, acompañada de una amiga violinista. Úrsula, nacida en Hungría, es en la actualidad una figura destacada en dos filarmónicas internacionales. De repente, me agarra del brazo: -¡Escucha! Escucho.
Oigo voces de adultos, gritos de niño, ruidos de televisores encendidos en tiendas de electrodomésticos, zapatos que, saltando, golpean el suelo de ladrillos, y aquella famosa música, omnipresente en todos los centros comerciales del mundo. -¿Acaso no es maravilloso?
Pero entre todo ese murmullo llega asta mis oidos un sonido muy particular -¡El piano! –respondo, mirándole con singular alegria-. ¡Ese pianista es maravilloso!.
Al escuchar con más atención, resulta evidente que la música es en vivo. Están tocando en este momento una sonata de Chopin, y ahora que consigo concentrarme, las notas parecen ahogar todo el barullo que nos rodea. Caminamos por los pasillos llenos de gente, de tiendas, de ofertas, de cosas que, según los anuncios, todo el mundo tiene, excepto usted o yo. Llegamos a la zona de restaurantes: gente comiendo, hablando, discutiendo, leyendo el periódico, y una de esas atracciones que todo centro comercial procura ofrecer a sus clientes. En este caso, un piano y un pianista. Toca otras dos sonatas de Chopin, y después Schubert, Mozart.
Debe de tener unos treinta años; una placa colocada al lado del pequeño palco explica que se trata de un famoso músico de Georgia, una de las antiguas repúblicas soviéticas. Debe de haber buscado trabajo, y, después de no encontrar más que puertas cerradas, se desesperó, se resignó, y ahora está aquí. Pero no estoy segura de que esté aquí: sus ojos se dirigen hacia el mundo mágico donde esas notas fueron compuestas, sus manos comparten con todos el amor, el alma, el entusiasmo, lo mejor de sí mismo, sus años de estudio, de concentración, de disciplina.
Sólo parece no haber entendido una cosa: nadie, absolutamente nadie ha venido aquí para escucharlo, sino para comprar, comer, distraerse. Una pareja se detiene a nuestro lado, hablando en voz alta, y luego sigue adelante.El pianista no lo ha visto, sigue conversando con los ángeles de Mozart. Tampoco ha visto que hay una audiencia de dos personas, una de las cuales, virtuosa del violín, lo escucha con lágrimas en los ojos.
Recuerdo una capilla donde una vez entré por casualidad y vi a una joven tocando para Dios. Pero era una capilla, y aquello tenía sentido. En este caso, o almenos eso parecia nadie fuera de nsootros le escuchaba, pero en ese instante me dije a mi misma... Dios lo oye. Dios está en el alma y en las manos de este hombre, porque está dando lo mejor de sí mismo, sin importarle ningún reconocimiento ni el dinero que reciba. Toca como si estuviese en La Scala de Milán, o en la ópera de París. Toca porque ése es su destino, su alegría, su razón de vivir.
Me embarga una sensación de profunda reverencia, de profundo respeto por un hombre que en este momento me está recordando una lección importantísima: cada uno tiene una leyenda personal por cumplir, y punto final. No importa si los demás te apoyan, te critican, no te hacen caso o te toleran; tú haces aquello porque es tu destino en este mundo, es la fuente de toda alegría. El pianista termina otra pieza de Mozart, y por primera vez se da cuenta de nuestra presencia. Nos saluda con un educado y discreto movimiento de cabeza, y nosotros hacemos lo propio. Pero enseguida vuelve a su paraíso, y es mejor dejarlo allí, sin que nada en este mundo pueda estorbarlo, ni siquiera nuestros tímidos aplausos.
Nos sirve de ejemplo a todos nosotros. Cuando pensemos que nadie presta atención a lo que estamos haciendo, recordemos a este pianista: él estaba conversando con Dios a través de su trabajo, y el resto no tenía la menor importancia.
Mirando las estrellas me di cuenta que en cada una de ellas existe un paraíso.
Mirándolas descubrí la infinidad de cosas que nos perdemos. Ellas, que están allá, tan lejos, al menos sobreviven con su pequeño brillo; y nosotros aquí, tan llenos de todo, nos sentimos morir cuando algo se termina.
Mirando las estrellas comprendí el poco valor que le damos a la vida, cuando ésta nos quita cosas pensamos que es injusta y olvidamos que sin ella no seríamos quienes somos.
Hoy sin pensar vi volar una estrella en su gran mundo. La vi volar sin rumbo y la noté perdida, pero me di cuenta de que no, que sólo en nuestro mundo existe la soledad, ya que ellas conviven con su Creador y por eso siguen brillando.
En cambio nosotros, pensamos que estar solos es el fin de la vida y no nos damos cuenta que a veces la soledad, nos ayuda a encontrar esas respuestas que Dios susurra a nuestra conciencia.
Mirando las estrellas pude ver que la felicidad llega cuando menos la esperamos. . .Hoy mirando una estrella, sentí el calor del amor que se fue… Y descubrí que en ella están los sueños, los besos y aquel tiempo que un día se perdió.
Comprendí que el amor tiene un millón de vueltas, que a veces nos sorprende y nos da felicidad, y otras veces se transforma en lo peor que hay.
Aprendí a sonreír y a ver la realidad. Mirando a una de ellas, pude ver algunas cosas:
Que no sirve el orgullo cuando existe amistad…Que no sirve llorar cuando un amor se va…Que no existen fronteras cuando tenemos vida…Y que aprender a vivir, es lo mejor que hay.